¿Cuáles son mis cualidades, fortalezas mentales y emocionales que me pueden ayudar a reconocer mi esencia en la vida y en la danza?
Crecí pensando que no tenía nada para mí, que mi propósito en esta vida era darle todo a los demás, sin importar si yo no me sentía bien.
Cuando era niña, solían hacerle cumplidos a mi mamá acerca de mí: “Qué tranquila es tu hija, bien educada, no hace ruido”, decían. Por supuesto, no faltaban los adjetivos “obediente” y “bien portada”.
Pero yo no era así. Mi cuerpo lo sabía más que yo y decidió rebelarse, explotando en ataques de ansiedad y gritos.
Las personas que decían quererme y que habían participado en mi crianza se alejaron. Solo nos quedamos mi mamá y yo, tratando de entender qué pasaba. Las críticas no tardaron en aparecer. Yo solía escuchar comentarios como: “¿Por qué le hace eso a su mamá?”, “Ella era una niña buena”. Incluso mi abuela llegó a sugerir que se me había metido el diablo.
Ahí fue cuando empecé a pensar que mi naturaleza era mala.
Cuando tenía 12 años, mi padre biológico empezó a “tratar” mi ansiedad. Él tenía ideas opuestas a las que yo estaba acostumbrada. Criticaba mucho la religión (mi familia era católica), era imponente y le llevaba la contraria a todos. Por un tiempo, traté de imitarlo, pero resultó que yo tampoco era así. Mi cuerpo, desesperado, me mandó otra señal: una recaída con ataques de ansiedad aún más fuertes.
A los 18 años, tras muchas y muy fuertes crisis de ansiedad, y sin saber qué pasaba, mi padre biológico abusó sexualmente de mí durante un año, con la excusa y manipulación de que eso iba a quitar mis ataques de ansiedad.
Me empecé a sentir perdida y sucia. En mi mente se confirmó que yo era mala.
Pero mi cuerpo seguía luchando. Dejó de mandarme tantos ataques de ansiedad y los reemplazó con un enojo impresionante.
Por años, el enojo me ayudó a sobrellevar todo.
Hasta que conocí a mi novio, un hombre cariñoso, paciente, empático, divertido y con mucho amor para darme.
Mi cuerpo y mi mente empezaron a hacer cortocircuito, porque yo nunca había sido tratada así.
A los 27 años, mi cuerpo me mandó otra señal: una nueva recaída de ataques de ansiedad.
Pero esta vez fue diferente. Con el apoyo de mi novio, decidí buscar ayuda profesional. No es que no la buscara antes, pero, por alguna razón, nadie había podido ayudarme.
Llevo 4 años en terapia de psicoanálisis y 2 en terapia cognitivo-conductual.
Poco a poco, muy poco a poco, más lento de lo que quisiera, he ido aprendiendo a escuchar a mi cuerpo.
Cuando tenía 15 años, descubrí mi amor por la danza. Conocí la danza árabe y quedé maravillada.
No pude disfrutar mucho de la danza en ese tiempo porque mi violador fue muy astuto. Años antes de llevar a cabo su cometido, empezó a enseñarme a bailar salsa y, en cuanto fui mayor de edad, tango. Esa fue la danza que terminó en abuso sexual.
Hace un año, me reté a enfrentar ese miedo tan grande e imponente que era regresar a clases de danza. Y justo hace un mes, me reté a venir aquí, a Púrpura, para poder conocer mi sensualidad y darle otro significado.
Hoy les puedo compartir que reconozco la inmensa fortaleza que he tenido para seguir adelante. He aprendido que la fuerza no está en los actos violentos, sino en cómo nos atrevemos a salir de ahí y en cómo he decidido mejorar, trabajando cada día psicológicamente para lograrlo.
Considero que tengo una esencia fuerte y firme. Eso no quita que pueda ser muy sensible. Me gusta escuchar y conocer otras experiencias e historias; me gusta aprender de ellas.
Mi sensibilidad también se expresa en que soy muy cariñosa con mi perrita. En la danza, creo que me veo más frágil que fuerte por mi complexión y estatura. Para ser honesta, eso no me gusta, pero es lo que hay.
También soy creativa. Me gusta crear, principalmente en bisutería, pero en la danza ya empiezo a imaginar algunos escenarios.
Soy muy risueña. Algo que me gusta de mí es que, a pesar de todo lo que he pasado, sigo encontrando motivos para sonreír. No es que siempre esté sonriendo, hay días en los que estoy muy triste, pero el humor me ayuda a levantarme.
Soy capaz de sorprenderme con el más mínimo detalle. Esa cualidad me da un poco de ternura, pero también me apena.
Les cuento que soy muy curiosa. Me gusta investigar muchos temas. Tuve una temporada en la que me obsesioné con investigar si los dragones y las sirenas habían existido.
Soy muy organizada. Siento que eso me ayuda a tener una visión estética.
También soy observadora. No sé si esto sea una cualidad o algo invasivo de mi parte, pero cuando veo algo bonito en alguien, me gusta decíselo.
Y, por último, recientemente, en este espacio de Púrpura, he descubierto que puedo ser sensual. Aunque todavía tengo conflictos con ese término, me ayuda compartirlo con ustedes porque me siento acompañada.
Moni